Boyas para pescar langostas en parque nacional Acadia, Maine, EE.UU.
© Cheri Alguire/Shutterstoc
A pescar langostas. Exquisita carne de presidio
Esas boyas colgadas sobre la pared de un cobertizo son una imagen típica en el litoral de Maine. Estamos en plena temporada de langostas y estos aperos se utilizan para pescarlas; o mejor dicho, para marcar el punto exacto en el que se ha dejado una trampa bajo el mar. Porque las aguas de este pequeño estado del noreste estadounidense son uno de los mayores caladeros que existen en toda Norteamérica.
Cada pescador tiene sus colores y un diseño de franjas específico que le diferencia del resto y que a menudo pasa de una generación a otra. Maine cuenta con apenas millón y medio de habitantes, pero cada verano recibe a 10 millones de turistas, que además de unos días de descanso frente al mar vienen buscando una buena cena a base de marisco, con la langosta como plato principal.
La carne de este crustáceo, que aquí se cocina con mantequilla, no ha sido siempre tan apreciada como ahora. Antiguamente había tantas langostas que se consideraban morralla y se utilizaban para alimentar a los presos de las cárceles, como cebo para la pesca o fertilizante para la tierra. Pero a mediados del siglo XIX se pusieron de moda entre la burguesía de la costa este y los restaurantes de Boston y Nueva York comenzaron a demandarlas, haciendo subir el precio hasta colocarlas en el pedestal culinario en el que hoy se encuentran.